domingo, 2 de mayo de 2010

ACTITUD FILOSÓFICA

ACTITUD FILOSÓFICA

1. LA ACTITUD HUMANA

El hombre reacciona ante las cosas de modo diverso. Las quiere y las cuida; las odia y las destruye; las usa o las consume; o, simple­mente, las contempla o goza con ellas; es decir, asume distintas ac­titudes cuando se dirige a ellas. La actitud humana apunta en mu­chas direcciones, desde la pragmática hasta la filosófica, las más alejadas la una de la otra.

a) La actitud pragmática
Es la actitud práctica, la más común y de todos los días. Consi­dera las cosas como objetos de uso y de consumo; las cosas las distin­gue por su utilidad. Todas son para algo, para la alimentación, vestido, vivienda, etc. Es la actitud visible en la señora que va al mercado por ejemplo o el trabajador en la fábrica; pero, también en el filósofo o el científico, cuando se viste y cuando se alimenta.

b) La actitud estética
Es la actitud que goza con la presencia de las cosas. Es la actitud ante un bello rostro, un bello cuerpo, una hermosa flor, una hermosa canción, un hermoso cuadro, una bella página bien escrita, una cate­dral, un acantilado, un espectáculo o simplemente un insecto. Para esta actitud, las cosas no son útiles; no son objetos de conocimiento, son objetos para gozar de su presencia.

c) La actitud religiosa
Es la actitud que ve las cosas como la obra de un ser supremo. Todas las cosas son obra de Dios; en todas está la presencia divina; no hay una sola cosa que no obedezca a su poder y a su bondad. La expresión de esta actitud es la devoción.

d) La actitud moral
Es la actitud frente a las acciones humanas, a la conducta huma­na. Para esta actitud los actos humanos son buenos o malos. Sus manifestaciones son la aprobación y el aplauso o el reproche y la censura. La abnegación y la benevolencia son aplaudidas; la hipocre­sía y la deslealtad son censuradas.

e) La actitud filosófica espontánea
Es la actitud de la pregunta por el ser de las cosas. Es una actitud un tanto extraña, que surge de repente entre las otras actitudes. Se presenta en circunstancias especiales en cualquier persona. Es tan natural como las otras actitudes humanas. No requiere un entrena­miento o aprendizaje académico. No es un privilegio del filósofo. La actitud filosófica, como disposición natural, está lista a aparecer en todo hombre; en el filósofo esta actitud es cultivada y elevada a su máxima potencia; se convierte en una práctica enriquecida por el entrenamiento y el aprendizaje. Pero en la raíz de todo trabajo filo­sófico está esa natural disposición de todo ser humano por preguntar­se sobre el sentido de las cosas.

Le puede ocurrir, por ejemplo, a un presidiario en uno de los tantos días o noches en la cárcel, preguntarse por el sentido que tiene su vida en prisión, qué vale su vida entre barrotes. Y aún más si cumple sentencia injusta. Su mente puede haberse quedado vacía, de cosas, de personas, de sucesos, y lo único que le queda es el martilleo constante de su soledad y entonces puede haberse preguntado ¿Qué soy? ¿Dónde estoy? ¿Qué me espera?

Esta actitud ni es pragmática, porque con ella no quiere conse­guir nada, ni es estética, porque con ella no goza, ni es religiosa ni es moral, porque hasta Dios se ha borrado de su mente. Es una mani­festación de la actitud filosófica. Y para presentarse esta actitud no ha sido necesaria la preparación académica o el aprendizaje metódi­co. Tampoco ha tenido que esperar saber ciencia o ser filósofo para preguntarse por el sentido de su vida. Le ha bastado, como hombre, haber puesto en ejercicio su disposición natural a preguntarse por lo que son las cosas, por saber cuál es su sentido o su destino. Tampoco su respuesta necesita estar premunida de todas las garantías del saber filosófico.

La actitud filosófica en este sentido es una disposición natural corno lo es la actitud pragmática. Espontáneamente, aparece en si­tuaciones vitales de los seres humanos.

2. LA ACTITUD FILOSOFICA ACADEMICA

Esta actitud tiene corno su fuente de origen la actitud filo­sófica espontánea y resulta de su cultivo y el aprendizaje aca­démico. A lo largo de la historia, ha perfilado sus característi­cas propias.

La filosofía ha sido siempre una actitud muy original, que ha estrenado métodos y ha estrenado conceptos y términos, que ha pre­tendido ver la espalda de las cosas. Por abordar a las cosas mismas, en su absoluta independencia, ha realizado sucesivos intentos por comenzar todo de nuevo, desde sus raíces, apartando autoridades y prejuicios. Ha pretendido hacer a un lado tradicionales creencias solo con el poder de la razón. Son señeros a este respecto, los ensayos de Descartes y Heidegger. Cada uno a su turno ha pretendido poner a un lado todo el saber anterior. Descartes, con su duda metódica, dejó sin piso todo lo aprendido y puso y orientó el pensar en una nueva dilección. Heidegger se propuso "destruir" dos mil años de metafísica e instaurar una nueva. A la larga, estos intentos han sido muy fecun­dos. Aunque no han logrado cumplir con toda su empresa; sin embar­go, han podido poner al descubierto aspectos inéditos de la realidad, de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento.

La actitud filosófica académica, por eso, está marcada por la búsqueda del fundamento, por la búsqueda de la claridad, por querer llegar a las cosas mismas. El estilo de vida del filósofo es la búsqueda de fundamentos, la búsqueda de claridad, el sometimiento a las co­sas. Esa es la actitud que subyace a toda filosofía, al margen de los resultados diversos, heterogéneos y hasta contradictorios. Esta acti­tud se traduce en un estilo de trato con las cosas, en un estilo de conocer o saber, hasta en un estilo de vivir.

3. CARACTERISTICAS DE LA ACTITUD FILOSOFICA ACADEMICA

a) La actitud filosófica académica es universal
La filosofía, desde que apareció, ha pretendido ser el conocimien­to universal, el conocimiento de la totalidad de las cosas. Ha preten­dido abarcado todo. Su objeto pretendido ha sido el universo entero, desde Dios hasta un grano de arena.

Se advierte bien esta característica, cuando se contrasta la acti­vidad filosófica con la actividad científica. En las ciencias, hay la división del trabajo. La ciencia divide la realidad en sectores cada vez más pequeños, más delimitados. La física, por ejemplo, no se ocupa más que de fenómenos físicos; la biología nada más que de fenómenos vitales; la sociología, de los grupos sociales; la lingüística, del lengua­je; la medicina, de las enfermedades, etc.

Para la filosofía no hay tal división. Las respuestas filosóficas alcanzan a todas las cosas. La mirada filosóficas alcanzan a todas las cosas. La mirada filosófica las contempla como modos de ser de un todo. Lo que toca a una cosa toca a otra y todas las demás, porque todas están comprendidas en ese todo único que es el universo. En este sentido, la mirada filosófica es una mirada universal que lo abarca todo.

No se trata, sin embargo, de un estudio que se oriente en el mismo sentido que el de la ciencia. Un estudio, en esta dirección, resultaría ocioso y, sobre todo, difícil. No es en esta dirección que la filosofía trata de la totalidad del ser. Lo hace en un aspecto muy preciso. Busca lo constante, lo permanente, lo que hace que todas las cosas sean.

La realidad muestra un aspecto muy variable, mudable y cambiante. Unas cosas nacen y otras mueren; unas aparecen y otras desaparecen. Hay un proceso continuo de cambio, de transformación de unas cosas en otras. A la filosofía le ha interesado descubrir lo permanente, lo que perdura y dura detrás de los cambios o a pesar de los cambios.

La filosofía ha considerado que eso permanente y constante afecta a todas las cosas, las sostiene a todas, se esparce por todas. Y aún algo más decisivo: sobre eso permanente se constituyen o construyen. La totalidad del ser queda determinada desde esa raíz. Cuando se dice, entonces, que la filosofía es el estudio universal, se está afirmando que es el estudio de toda cosa, pero en lo respecto de su ser, esencia o existencia.

b) La actitud filosófica académica es racional

La filosofía es un estudio racional. La filosofía es un producto de la razón. Esto quiere decir, por lo menos, dos cosas. En primer lugar, que la filosofía no es obra ni de los sentidos, ni de la imaginación, ni del sentimiento. En segundo lugar, que la razón tiene atributos especiales, que le confieren la competencia para producir filosofía, para plantear y formular problemas filosóficos.

La razón es extraordinariamente penetrante en el planteamiento de los problemas. Es minuciosa y exhaustiva. No deja nada por examinar. Siempre sus análisis son a fondo. En las demostraciones es rigurosa, muy cuidadosa, sumamente precavida en todo, en la elección de los términos, en la elección de las pruebas, en la selección de los argumentos, en la estipulación de los métodos. Nada deja sin fundamento, sin justificación.

Por otra parte, la razón pretende la máxima coherencia y la máxima claridad. La primera condición de todo conocimiento filosófico es la ausencia de contradicciones. Es inconcebible para la razón la incoherencia y la contradicción. Pretende también la máxima prudencia.

La profundidad en los planteamientos, el rigor en las demostraciones, la claridad en la exposición, la coherencia en sus enunciados son expresión del trabajo de la razón, de su poder de alcanzar la verdad.

La razón es la facultad que puede sortear la influencia de las pasiones, los prejuicios, los intereses, las ideologías. El poder deformante del conocimiento por esta influencia es desenmascarado por la razón. En este sentido, el conocimiento filosófico como conocimiento racional, es desapasionado, desinteresado, desprejuiciado, desideologizado. Por eso, la razón sigue siendo la condición de una filosofía que se atenga a las cosas, la ciencia pura que postularon Platón y Aristóteles.

Por otra parte, el estudio racional es un estudio mental. No utiliza ni aparatos ni experimentos. Sus experimentos son mentales. El trabajo filosófico es rico en experimentos mentales. Sus distintos métodos son diversos modos de proponer experimentos mentales. Un ejemplo ilustre de experimento mental es el que se hace Descartes cuando reduce al hombre a un punto pensante, a una cosa que piensa. Lo supone al hombre sin cuerpo, sin manos, sin cerebro, sin sangre, concentrado en su pensamiento dubitativo. En este sentido el estudio filosófico como estudio racional es puramente mental.

c) La actitud filosófica académica es radical

La filosofía busca el fundamento; pero no cualquier fundamento. Persigue la raíz de todo fundamento; por eso, la pretensión de saber radical, que va a las raíces. Esta característica se hará patente si la comparamos con el trabajo de la ciencia.

La ciencia, también, es saber de fundamentos, de demostraciones y pruebas experimentales. Pero no es saber de fundamentos radicales. Deja sin examinar los puntos de partida, los principios. Las ciencias son especialistas en regiones de objetos. Ejemplo: La zoología tiene sus animales; la física los fenómenos físicos. Las ciencias no ponen en cuestión sus objetos; los admiten como se les aparecen. A ningún zoólogo se le ocurre dudar de sus animales y a ningún físico le pasa por la mente que no esté frente a la naturaleza.

Los científicos tienen un margen para creer sin discutir o para suponer sin cuestionar. Parten de ciertas creencias firmes, que se llaman axiomas (verdades evidentes por sí mismas). Por ejemplo, el físico parte de la creencia que el mundo existe, que es uniforme, es decir que en todas partes se da de la misma manera. No haría el científico ciencia si pensara que aquí los fenómenos se producen de una manera y allá a la distancia de unos kilómetros se repiten de otra. Tampoco lo haría si pensara que mañana las cosas van a ser de otra manera. Los científicos tienen absoluta confianza en que las leyes son iguales en todo el mundo.

La filosofía no se da ningún margen. No hay ningún supuesto. El filósofo se lanza siempre hasta el fondo, hasta la raíz, hasta el primer fundamento, hasta el fundamento incondicional o incondicionado. Va condición tras condición pretendiendo llegar hasta la última. No se asusta si para eso hay que poner en duda todo como lo hizo Descartes al dudar de todo, y que para esto tenga que inventar métodos, con­ceptos, términos. Ese es el oficio del filósofo. Descartes buscaba un fundamento absoluto e inconmovible.

d) La actitud filosófica académica busca el conocimiento necesario y universal

La filosofía es un saber apodíctico porque es un saber que exige pruebas, razones, demostraciones. Exige dar cuenta de la cadena de fundamentos. No se detiene hasta llegar a las pruebas incondiciona­les, aquellas que fundamentan los puntos de partida, los principios. Por eso, la filosofía fue la ciencia de los primeros principios.

El saber apodíctico es necesario y universal. Un conocimiento necesario y universal es el que ha logrado captar la cosa tal cual es y por eso podrá ser alcanzado por cualquier hombre y en cualquier lugar. Un conocimiento que valga para unos y no para otros no es universal o que sea válido en un lugar y no en otro no es necesario. Un conocimiento tal es individual y contingente. Ejemplo de conoci­miento necesario y universal es el conocimiento matemático. La raíz cuadrada de 25 será 5 en todos los lugares y para todos los hombres. Ejemplo de conocimiento individual y contingente es el conocimiento sensible. El sabor, por ejemplo, de una taza de té puede ser más o menos dulce, según el paladar de las personas.

Desde Platón el conocimiento sensible ha sido el modelo de cono­cimiento contingente e individual y el conocimiento matemático el modelo del conocimiento necesario y universal. A este conocimiento lo denominó episteme o ciencia y al conocimiento sensible simple­mente doxa u opinión. La filosofía fue episteme, no doxa.

A la luz de su historia, la filosofía, sin embargo, parece ofrecer un conocimiento asaz contingente. Porque no ha alcanzado nada que pueda ser aceptado. por todos los hombres y en todos los lugares. Por ejemplo, sobre cuál sea lo permanente o constante, hay tesis diame­tralmente opuestas. Mientras que para unos es la materia; para otros es la idea, como algo cualitativamente distinto de la materia. Y hay dos bandos irreconciliables de materialistas e idealistas. Sobre las fuentes fundamentales del conocimiento las posiciones también son opuestas. Mientras que unos sostienen que es la razón; los otros afir­man que es la experiencia sensible. Y, por otra parte, se advierte que entre estas oposiciones polares se ubican posiciones intermedias, que se distinguen unas de otras por diferentes matices. Resultaría, en­tonces, que en filosofía no hay saber necesario y universal, que no hay episteme, que todo es doxa. Esta objeción no anula, sin embargo, lo que se sostiene en la característica tres. Porque el reparo tiene en cuenta principalmente los resultados y el acento de esta caracterís­tica está puesto en la intención. Por otra parte, esta pretensión no se ha quedado en un simple deseo. El trabajo filosófico, plasmado en obras justamente famosas, muestra este carácter, por la maestría en los análisis, por el rigor de las demostraciones y también por los descubrimientos.

e) Aplicación de la actitud filosófica frente a los problemas personales

Los problemas personales de cada quien son múltiples. Podrían ser sentimentales, sociales, económicos. Por ejemplo, un amor apa­sionado o un amor no correspondido; la amistad de un amigo o de una amiga, o de un pariente, o de un vecino; la falta de medios para sostenerse o el exceso de dinero que lo predispone al derroche.

¿Cómo nos sirve la actitud filosófica para enfrentado? Lo primero que nos debe enseñar la actitud filosófica es a distinguir las diversas actitudes. Esto significa capacidad de discriminación y análisis. Antes que nada, entonces, la identificación clara e inteligente del pro­blema. Y esto significa un exhaustivo análisis de los elementos del problema, hasta encontrar o tratar de encontrar sus raíces.

Por ejemplo, sea el problema del alejamiento de un amigo. Iden­tificar que esto significa que una amistad se está acabando, que la amistad de un amigo termina. Tendrá que analizarse a fondo el por qué. ¿Cómo comenzó el distanciamiento? ¿Fue un suceso casual, un malentendido, una acusación injusta, un acto desconocido, una des­lealtad? La actitud filosófica debe entrenarlo a encontrar, luego de un sereno, exhaustivo análisis, la causa o las causas fundamentales de tal alejamiento. Aquí se aplicará un principio filosófico que nada es sin fundamento, nada hay sin un por qué.

Esto podría hacer pensar que la filosofía es un estudio de casos, que es una casuística. No. Más bien, quiere decir, que la filosofía como que es universal, como que no se circunscribe a un tema o a un asunto sino a todos, puede o tiene la competencia para enfrentar críticamente los diversos problemas de la vida. Y aquí tomamos crítica en su sentido más genuino de distinguir lo más decisivo de lo decisivo de un asunto.

domingo, 28 de febrero de 2010

LA NEUROTEOLOGÍA

Una nueva disciplina científica denominada "neuroteología" ha descubierto que ciertas zonas cerebrales "se activan" durante ciertas experiencias místico-religiosas. En bien de la brevedad, supongamos que esto fuese una descripción aproximadamente correcta de un hecho real.
Hechos son hechos e interpretaciones son interpretaciones. El problema de la "neuroteología" es su tendencia a la interpretación materialista de esta clase de hechos. Lo realmente importante aquí es la cuestión de la causalidad: ¿El fenómeno neurológico causa el fenómeno religioso o el fenómeno religioso causa el fenómeno neurológico? El propio nombre de la "nueva ciencia" hace pensar en una tendencia (científicamente injustificable) hacia la primera de ambas alternativas.

El hombre es una unidad de cuerpo y alma. Sus emociones, por ejemplo, afectan a estas dos dimensiones de su ser. Cuando siente vergüenza, su cara enrojece; cuando siente miedo, el latido de su corazón se acelera. Pero no siente vergüenza porque su cara enrojece ni siente miedo porque el latido de su corazón se acelera, sino al contrario. ¿Por qué habría de ser diferente en el caso de las "emociones religiosas"?

Ni siquiera es seguro que dos hechos concomitantes estén relacionados causalmente entre sí. Al menos en eso David Hume tenía razón.
Lamentablemente con demasiada frecuencia las estadísticas se usan para establecer relaciones disparatadas entre fenómenos concomitantes pero no relacionados causalmente entre sí (al menos en forma directa). Por ejemplo, se podría demostrar matemáticamente que existe una fuerte correlación positiva entre el porcentaje de cristianos en la población de un país y los puntos ganados por su selección en los campeonatos mundiales de fútbol. Pero de allí no se puede inferir que ser cristiano favorezca el talento futbolístico ni menos aún que la buena performance futbolística de una selección favorezca el crecimiento del cristianismo en su país.
Por otra parte tenemos el hecho de que la mística (al menos la cristiana) no puede de ninguna manera reducirse a determinadas emociones. La mística cristiana en sustancia no depende de ningún fenómeno extraordinario ni de emociones particulares. Por desgracia con mucha frecuencia la mística cristiana es casi totalmente desconocida en ambientes no creyentes. Los cristianos no sentimos a Dios a través de algún oculto sexto sentido. Lo conocemos por la razón y por la fe.

La religiosidad humana, en su esencia más propia, no tiene absolutamente ninguna relación con ninguna "sensación de infinito" ni de "pérdida de linealidad del tiempo", como sostienen los partidarios de la "neuroteología". Ésta no es la actual interpretación de los momentos místico-religiosos, sino tan sólo la interpretación de la corriente de pensamiento materialista. La fe cristiana provee una interpretación alternativa.
La ciencia no es ni puede ser materialista. El materialismo es la doctrina (filosófica, no científica) que postula que todo es materia. La ciencia experimental prescinde metodológicamente del espíritu, pero no lo niega ni puede hacerlo. Es decir, no trata del espíritu simplemente porque no es su tema. Cuando algunos científicos apoyan el materialismo no hacen ciencia, sino filosofía. Y no tienen derecho a utilizar el prestigio de la ciencia a favor de su falsa filosofía.
Publicado por Daniel Iglesias Grézes